viernes, 26 de octubre de 2007

Las armas de La Victoria

Hace ya casi 52 años, un incendio en el "cordón de la miseria" de las poblaciones callampas instaladas al borde del Zanjón de la Aguada, los empujó a tomarse un predio que hace rato tenían entre ceja y ceja: un gran terreno llamado Chacra de la Feria en lo que hoy es la comuna de Pedro Aguirre Cerda.


Así, de la justicia por las propias manos de esos habitantes, comenzó a forjarse la historia de La Victoria, una población que la mañana siguiente al incendio ya tenía más de mil familias instaladas y que fue reconocida un par de años después como la primera toma de terrenos exitosa de Sudamérica.

Con la ayuda del cardenal José María Caro y la familia Palestro para detener las infructuosas intenciones de desalojo, ya en sus primeros días el campamento dio luces de una autogestión que hasta ahora quisieran otras tomas y comenzó a trazarse, con el apoyo de estudiantes de Arquitectura de la Universidad de Chile, el plano que repartió en 3.200 sitios de 8 por 16 metros para cada uno y que terminó definiendo los límites de la población.

Así empezó a edificarse el sueño de un techo propio y de la vida en la ciudad que les entregaría un respeto único y que rompió con los moldes institucionales del acceso a propiedad de una sociedad que avanzaba, hasta hoy, sin mirar a los más débiles. Erigieron su propia escuela -hoy entre los mejores colegios municipales de la comuna-, sus propios centros asistenciales, agrupaciones comunitarias y culturales. Un modelo que funciona a plenitud hasta hoy para sus 21 mil habitantes y que le dan plena validez a la Pequeña República de La Victoria, tal como algunos pobladores llaman a su población.

Una historia que tomó relevancia nacional en la década de los setenta, cuando la ex Chacra de la Feria comenzó a convertirse en un reducto que se regía por sus propios tiempos y necesidades y que se defendía con las armas que sus mismos vecinos levantaron en contra del régimen impuesto a la fuerza.

A poco andar, la dictadura se enfrentó a una trinchera intratable. Se formaron brigadas, comités de vigilancia y talleres nocturnos dedicados a traspasar la historia del movimiento obrero, la teología de la liberación y la autocompetencia. Ahora los hay para alfabetizar y nivelar los estudios de los descolgados. Un canal de televisión lleva hasta sus livings las últimas noticias donde lo que ellos consideran importante, su vida comunitaria es siempre la de mayor atención.

Por eso, hasta hoy se respira en sus calles la resistencia de los pobladores, del cura Jarlan y esa comunidad empeñada en aspirar únicamente a la dignidad de una sociedad autosolvente, justa. Transitar por Galo González, Ramona Parra o Mártires de Chicago es, para nosotros los más jóvenes, caminar por la historia del movimiento social chileno. Algo que ni la delincuencia ni los narcos que pululan entre ellos puede desteñir el paisaje.

Hace unos días la población volvió a hacer noticia. Esta vez por el tiro infortunado de un amigo contra otro que terminó, abruptamente, con la vida de un tercer victoriano inocente. Un arma que no tiene nada que ver con la que empuñaron sus abuelos esa noche de octubre de 1957.

Por Ricardo Ahumada S. / La Nación

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