Viena, Estación de Metro, Lineas 3 /4. Lunes 3 de
marzo, 7.30 de la mañana. Me bajo, como casi la mayoría de los
pasajeros del carro en la estación de Viena-Centro, para hacer
combinación con otra linea de metro, bus o el tren interurbano.
Comienzo de semana y de mes.
La masa de gente camina como autómata en dirección a las escaleras, nadie conversa, una buena parte va más preocupada de su iPhon que de lo que pudiese estar sucediendo a su alrededor.
Llego
a la plataforma que conecta con el túnel que lleva a los trenes, una
inmensa plataforma siempre llena de gente que camina en todas las
direcciones posibles y siempre apurada, como que la vida se fuera a
acabar si te demoras mucho en salir de ahí.
Me
doy cuenta casi por casualidad, ya que estamos tan acostumbradoas a
mirar sin ver, que en pleno centro de ese espacio hay un hombre de
rodillas en el suelo, con un cartel en sus manos.....
La mayoría sigue de largo, no lo ven, no se dan cuenta de ese grito no exclamado que da ese hombre jovén, de no mas de 35 años.
Me
detengo y vuelvo atrás para leer que dice el cartel y veo, en grandes
letras negras una frase que me estremece y duele como una patada en la
cabeza: "TENGO HAMBRE".
En
ese mismo momento, se acerca un muchachito, un escolar, de no más de
11 o 12 años y le da una monedas al hombre en el suelo y yo pienso que a
lo mejor le entregó las monedas con las cuales él se debía comprar su
desayuno. No lo sé, es algo que se me pasa por la mente.
Detrás
del niño se acerca una señora con una cajita en las manos, un sandwich
o un pastel recién comprado en la panadería de la estación (frente a
donde esto sucedía). Me acerco ahora yo y le doy también unas monedas y
me doy cuenta, es algo casi increible,..... casi se ha formado una
cola de gente para darle dinero o algo de comer a este hombre
desconocido para todos nosotros.
Me
alejo un par de metros y observo, al hombre joven le caen lagrímas que
le corren por su cara triste y pienso que él podría ser cualquiera de
nosotros, un amigo, un conocido.
Creo
que hay que ser muy valiente, aparte de estar desesperado, para pedir
comida, para exponerse a la humillación y a la incomprensión de la gran
mayoría. Y duele aun más cuando piensas que esto pasa en el 3. país
más rico de la comunidad europea, en la ciudad que -según dicen las
estadísticas- tiene la más alta calidad de vida del mundo!
Y
si bien es la obligación de la sociedad de velar de que nadie pase
hambre, sólo que no es cumplida, al menos aún existe la solidaridad.
Retomo
mi camino al trabajo pensando en ese hombre joven que lagrimeaba, en
los seres solidarios que se detuvieron a mirarlo y a entregarle un
poquito de humanidad.
Y
pienso también en los miles de millones de Euro que se le entregan a
diario a la Banca y a los banqueros, a los especuladores y ladrones de
cuello y corbata, a los políticos corruptos o simplemente necios. A esos
que vimos (con muy raras excepciones) bailar el jueves pasado en el
Baile de la Opera.
Pero
prefiero y me obligo a seguir pensando en los seres solidarios y
bondadosos, que ayudaron a ese joven desconocido y que a mi me han
permitido un comienzo de semana distinto, con la confianza en que no
todo está perdido en éste mundo y que el cambiarlo es cada día más
necesario y obligatorio, para que sea habitable y vivible para todos!