lunes, 3 de marzo de 2014

Un lunes que no ha empezado como de costumbre...

Viena, Estación de Metro, Lineas 3 /4. Lunes 3 de marzo, 7.30 de la mañana. Me bajo, como casi la mayoría de los pasajeros del carro en la estación de Viena-Centro, para hacer combinación con otra linea de metro, bus o el tren interurbano. Comienzo de semana y de mes.

La masa de gente camina como autómata en dirección a las escaleras, nadie conversa, una buena parte va más preocupada de su iPhon que de lo que pudiese estar sucediendo a su alrededor.

Llego a la plataforma que conecta con el túnel que lleva a los trenes, una inmensa plataforma siempre llena de gente que camina en todas las direcciones posibles y siempre apurada, como que la vida se fuera a acabar si te demoras mucho en salir de ahí.

Me doy cuenta casi por casualidad, ya que estamos tan acostumbradoas a mirar sin ver, que en pleno centro de ese espacio hay un hombre de rodillas en el suelo, con un cartel en sus manos.....

La mayoría sigue de largo, no lo ven, no se dan cuenta de ese grito no exclamado que da ese hombre jovén, de no mas de 35 años.

Me detengo y vuelvo atrás para leer que dice el cartel y veo, en grandes letras negras una frase que me estremece y duele como una patada en la cabeza: "TENGO HAMBRE".

En ese mismo momento, se acerca un muchachito, un escolar, de no más de 11 o 12 años y le da una monedas al hombre en el suelo y yo pienso que a lo mejor le entregó las monedas con las cuales él se debía comprar su desayuno. No lo sé, es algo que se me pasa por la mente.

Detrás del niño se acerca una señora con una cajita en las manos, un sandwich o un pastel recién comprado en la panadería de la estación (frente a donde esto sucedía). Me acerco ahora yo y le doy también unas monedas y me doy cuenta, es algo casi increible,..... casi se ha formado una cola de gente para darle dinero o algo de comer a este hombre desconocido para todos nosotros.

Me alejo un par de metros y observo, al hombre joven le caen lagrímas que le corren por su cara triste y pienso que él podría ser cualquiera de nosotros, un amigo, un conocido.

Creo que hay que ser muy valiente, aparte de estar desesperado, para pedir comida, para exponerse a la humillación y a la incomprensión de la gran mayoría. Y duele aun más cuando piensas que esto pasa en el 3. país más rico de la comunidad europea, en la ciudad que -según dicen las estadísticas- tiene la más alta calidad de vida del mundo!

Y si bien es la obligación de la sociedad de velar de que nadie pase hambre, sólo que no es cumplida, al menos aún existe la solidaridad.

Retomo mi camino al trabajo pensando en ese hombre joven que lagrimeaba, en los seres solidarios que se detuvieron a mirarlo y a entregarle un poquito de humanidad.

Y pienso también en los miles de millones de Euro que se le entregan a diario a la Banca y a los banqueros, a los especuladores y ladrones de cuello y corbata, a los políticos corruptos o simplemente necios. A esos que vimos (con muy raras excepciones) bailar el jueves pasado en el Baile de la Opera.

Pero prefiero y me obligo a seguir pensando en los seres solidarios y bondadosos, que ayudaron a ese joven desconocido y que a mi me han permitido un comienzo de semana distinto, con la confianza en que no todo está perdido en éste mundo y que el cambiarlo es cada día más necesario y obligatorio, para que sea habitable y vivible para todos!